Mi primer día triste
Soy Zoe, tengo 24 años, y me estoy por ir a vivir sola. Les pido disculpas si no demuestro un estado de felicidad; y sí, digo un estado porque eso es, quienes dicen "soy feliz" en lugar de "estoy feliz" están equivocados. La felicidad es transitoria, o mejor dicho, en la vida sólo hay momentos felices. En fin, algo así leí hace ya bastante tiempo, lo planteaba Nietzsche, pero siendo sincera no lo recuerdo con claridad.
En mi vida tengo cinco cosas significativas, de las cuales solo una podría considerarse normal, y es Floyd, mi perro negro. El resto de estas cosas han ido adquiriendo su significado a partir de distintas circunstancias y, principalmente, por las personas que representan para mí. La primera de ellas es un jeroglífico escrito en un papiro. No hay demasiada explicación aquí, sólo sé de él que se ha pasado de una generación a otra en mi familia. Pero no es eso lo que me cautiva, sino el no entenderlo. Estoy segura de que no se lo voy a dar a nadie hasta descifrar aquellos extraños símbolos y figuras. Lo siguiente me recuerda a mis abuelos. Los echo de menos cada día que pasa. Partieron hace poco. Primero fue mi abuelo, por un paro cardíaco. Mi abuela quedó devastada, decidió irse a vivir a un geriátrico, y luego de un mes, se fue ella también. No le reprocho nada, supongo que quiso estar más cerca de su gran compañero. Estuvieron juntos 53 años. Guau, es toda una vida. La única historia de amor que creo es la de ellos. Yo, por cierto, me veo incapaz de llegar a algo similar, no suelo tener relaciones muy duraderas, quizás porque me aburro rápido, o tal vez porque los tiempos que corren así nos predisponen a los jóvenes de hoy, no lo sé. Perdón por el desvío. Un reloj antiguo mi abuelo y un espejo roto mi abuela, eso fue lo que me dejaron. Mi abuelo llevaba puesto ese reloj desde antes que yo nazca probablemente. Una noche fuimos a cenar en familia a un restaurante, y en cuanto notó que no traía consigo su reloj volvió a su casa a buscarlo. En ese momento yo tenía alrededor de 7 años. Fue ahí cuando tomé consciencia de cuánto apreciaba a ese reloj mi abuelo. Una tarde de lluvia en la que me encontraba sola con él jugando al ajedrez, como habitualmente lo hacíamos, le pregunté de dónde provenía ese afecto que tenía por el reloj. En aquel instante levantó la mirada, dejó de pensar en su próximo movimiento, y puso sus ojos sobre los míos. Lo noté muy conmovido, pero no entendía porqué. Mi abuelo se puso a llorar y me pidió que lo abrace. Inmediatamente me abalancé sobre él, y con un esfuerzo gigantesco contuve mis lágrimas. No nos dijimos nada, pero ambos estábamos conciliando el silencio que se presenciaba en ese comedor que tan reconfortante era para mí. Poco antes de su muerte, para mi cumpleaños número 23, mi abuelo me regaló su reloj, y me pidió que cuidara mucho de él. Hoy todavía me pregunto qué significaba ese reloj para él; mientras tanto para mí significa mi abuelo y ese abrazo de aquella tarde lluviosa de ajedrez. Por otro lado, mi abuela me dejó su espejo. Cuando me lo regaló no estaba roto, sino que se me rompió a mí hace un tiempo. Soy demasiado torpe, mi abuela se cansó de decírmelo. Ella me amaba, de hecho era su nieta favorita, pero siempre criticaba mi estilo "poco femenino". Si hay algo que me hace sentir bien conmigo misma es que era quien le sacaba las más grandes carcajadas. Cada vez que la veía maquillándose frente a su amado espejo inventaba un piropo, como decía ella, y mi abuela reía. Incontables han sido las veces que intentó explicarme cómo maquillarme, pero nunca le presté demasiada atención. De hecho me regaló su espejo para verme mientras lo hacía. Estoy segura de que mi abuela en el fondo sabía que nunca sería "coqueta" como lo era ella, pero yo le hacía bien, y eso era más importante que nuestras diferencias. Así que este espejo, aunque ahora lo tenga guardado en pedazos, es ella riéndose de las barbaridades que yo decía. Por último está él, el enano. En realidad está para mí, porque nadie más es capaz de verlo. Mi familia piensa que estoy loca porque hablo con alguien que no "existe". Sin embargo, yo sé que no es una persona ni un ser que tiene vida. Pero esa especie de personaje que elegí crear en mi mente fue quien me acompañó a lo largo de mi adolescencia, y si bien ahora ya no recurro tanto a él, seguramente por las famosas "responsabilidades" de la adultez, no olvido las charlas infinitas que tuvimos. No me respondía con palabras, lógicamente no hablaba, pero me escuchaba. Lo apodé el enano en honor a mi mejor amigo, Santi, con quien ya no tengo relación. Santi fue mi compañero de aventuras desde el jardín. También hicimos la primaria y parte de la secundaria juntos, hasta que un día se tuvo que mudar a otro país porque a su papá le surgió una oportunidad de trabajo que no podía desaprovechar. Desde aquel día que se fue no lo volví a ver. Supongo que mi nuevo "amigo" vino a suplantar al pequeño y travieso Santi; quizás fue la necesidad lo que me impulsó a imaginarme a alguien que me ayude a transitar mi vida.
Hoy tenía pensado armar la valija, pero antes de hacerlo caí en la nostalgia. Me sucumbieron los recuerdos al ver delante mío todas esas cosas que tanto estimo. No sé si puedo dejar todo esto atrás, no creo poder en este momento dar comienzo a una nueva etapa en mi vida. Miré a mi perro. Uno de los motivos por los que quiero tanto a este perro es por sus ojos. Los únicos ojos que me miran igual, en los que me veo como soy, son los de Floyd. Me quedé pensando por varios minutos, y me di cuenta de que era hora de despegar. Necesito crecer, los recuerdos me acompañarán inevitablemente toda la vida, tengo que aprender a convivir con ellos por más de que me hagan decaer un poco. Me voy a vivir sola, pero mis padres, mis abuelos, el enano y, sobre todo, mi perro, estarán conmigo siempre.
Comentarios
Publicar un comentario