Las despedidas son esos dolores dulces - Escena de lectura
¿Es arte?, o, al menos, ¿es un hecho artístico? Podría debatirse. Yo creo que sí, y, aunque suene simplista y conformista lo que diré a continuación, decido quedarme con mi opinión; le concedo la validez que procuro que tenga para este fin. El arte, en mayor o menor medida, te interpela. Es una cualidad intrínseca del arte en sí mismo. Yo, podría decir que el fútbol me interpela enormemente. Se introduce en mí desde lo emocional, que en ocasiones me hace sentir vulnerable, pero también desde lo pasional, con despojo de todo aquello que, en otras situaciones, me produciría vergüenza. El contexto lo es todo. Crea el escenario a partir del cual el fútbol se resignifica como fútbol.
Una tarde de domingo, a fines de octubre, luego de haber pasado tres días prácticamente sin dormir por un parcial que me dejó desprovista de todo esfuerzo mental, fui a la cancha a ver a Defe. Al parecer, ahora reflexionando me doy cuenta, el parcial suscitó mi exposición al porvenir con mi lado más emocional. Se acercaba mi despedida como jugadora del club. Era cuestión de un par de semanas para que yo dejara de pisar, con mis botines, el predio de entrenamiento en el que pasé tantas horas corriendo detrás de un sueño. Comencé a jugar en Defe a los 11 años, junto con los varones, al baby fútbol. Después de unos años, jugué, en la misma canchita donde pasaba mis tardes, pero con mujeres, al futsal. A los 17 años, casualmente, fui a una prueba en cancha de once, que se realizaba en el campo de deportes de Ciudad Universitaria. Luego de entrenar unos días allí, ya formaba parte del equipo de reserva. Al llegar fin de año, habiendo pasado alrededor de cinco meses, me promovieron a primera; plantel con el que compartí gran parte de mi tiempo, hasta hace poco más de una semana. Durante todo este tiempo, años, a la vez iba a la cancha a ver a la primera de masculino. Mi hermano juega en inferiores y mi papá en fútbol senior. Somos del club, el sentimiento de pertenencia se nos ha inyectado ya hace un largo tiempo. En resumidas cuentas, relato un poco esto para introducir lo que me ocurrió esa tarde en la cancha. No fue un día más yendo a ver a Defe, parecía, previamente, que así sería, pero no. Ese día fue distinto. Toda la emoción cayó en tan solo unos minutos, cuando me di cuenta que ya no iba a seguir representando al club del cual soy una fiel hincha. En ese pequeño lapso, yo me encontraba cantando desaforada mientras alentaba a once tipos de camisetas rojas y negras, rojinegras en términos del club. Lo hacía desde unos metros al costado por detrás del arco local, en la techada, muy cerca de mi hermano, que estaba como alcanza pelotas. En el momento en que tomo noción de lo que me estaba sucediendo, los ojos ya no me permitían ver con claridad el partido, puesto que las lágrimas se robaban el protagonismo. Automáticamente quise disimular mi conmoción. Seguía cantando, más fuerte aún. La boca cobraba una mayor expansión, como si fuera un acto reflejo por contener mis lágrimas. Pasado el rato, terminó el primer tiempo y fui hacia donde estaban mi abuelo y mi tío, en la parte alta de la tribuna. Disfruté de su compañía, también vino mi mamá, y me quedé allí viendo el segundo tiempo. En familia.
Aquí vuelvo casi al principio. Es asombroso el poder de interpelación que caracteriza al fútbol. Mi cabeza hizo un clic en el momento menos esperado por mí, al menos en mi consciencia, pero evidente para mi corazón, que detectó con anterioridad cuándo enviar aquella serie de imágenes mentales que me invadieron mientras veía a Defe, alentándolo sin cesar.
Dentro de un rato volveré a ir a la cancha con mi abuelo. No sé exactamente qué pasará. Lo único que tengo claro es que voy a vivir lo que es el fútbol en su dimensión real, y eso, es arte.
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