Un amor y una vuelta a los 90´
Corría agosto del 2021, aún así parecía que me encontraba más en 1990 por la atmósfera en la que estaba sumergida. Para mí esto era placentero. Desde que entré en la adolescencia, y comencé a ser consciente de la cultura característica de aquella época, mi cabeza no podía dejar de remontarse allí, queriendo haber vivido el arte propio de esos tiempos. Quizá, las anécdotas que me contaba frecuentemente mi papá, hoy lo sigue haciendo, fueron las causantes de reavivar siempre mis ánimos de haber nacido algunos años antes. Aunque, debo decir, el tiempo fue apaciguando mi deseo irrealizable, junto con mis excesivas ganas de dedicarme a la música. Uno crece, aparecen las responsabilidades, consigues un trabajo que te quita tus energías, estudias cuando regresas a tu casa mientras tu perro te mira esperando una caricia, lo cual te reconforta después de un largo día, y, en fin, la falta de tiempo se hace notar. No estoy segura de haber querido esto para mi vida. Pero así, tal vez, fue como se desvaneció en el aire, poco a poco, mi ilusión de ser una artista. Hasta que un día de agosto, aquel que les mencioné, mi esperanza, que habitaba en algún recóndito lugar dentro de mí, reapareció. Era una tarde de domingo, había demasiada niebla, hacía mucho frío, y yo particularmente tenía ganas de quedarme en casa. Por suerte no lo hice. Con mi papá y mi hermano ese domingo fuimos a La Boca, al Caminito, mi papá hacía rato que tenía ganas de ir allí con nosotros. Al llegar nos sentamos en el bar "El Samovar de Rasputín", donde en algún tiempo han ido muchos grandes del rock y de la música, de afuera y de nuestro país. Allí, esa tarde, se encontraba tocando Napo y algunos músicos más, que le dieron un gran sentido a mi domingo. Napo toca en el Samovar hace años; mis papás paraban ahí en la década de los 90´ y él ya se hacía escuchar. Un poco de rock, otro poco de blues, llegaron a resonar en mi cabeza y no podía dejar de verlos, sobre todo al guitarrista que, con el uso del pedal wah wah distorsionando el sonido, hacía maravillas, e inmersa totalmente en la música me trasmitió un sinfín de sensaciones. De hecho, en un momento en el que me di cuenta que estaba tildada viendo el movimiento tan ligero de sus dedos, y los gestos corporales que tenía, tan propios de un completo rockero, con su pelo enraizado negro, unos anteojos de sol, un jean suelto y una chaqueta color azul, ahí él me miró y me sonrió, entendiendo que yo realmente estaba disfrutando de aquel momento, que a mí me gustaba lo que veía y escuchaba. Asentí con la cabeza, al ritmo de la música, al igual que lo reflejaba a través de mis piernas, que ya no se movían por el frío, sino por puro rock and roll.
El domingo siguiente regresé. Esta vez le propuse yo ir a La Boca a mi papá, y cuando llegamos le pedí sentarnos un rato en El Samovar. "¿Así que te gustó venir acá?" - me dijo mi papá largando una sutil risa apenas me acomodé en la última mesa que estaba libre, al parecer esperando nuestra llegada, para presenciar lo que se convertiría en otra tarde ideal para mí. El rato se transformó en 2 horas. En ese tiempo tomé una Coca Cola, fría, bien fría, y de vidrio. Mi papá se tomó algunas cervezas. Habrá pasado media hora, cuando una mujer que, supongo, tendría alrededor de veinticinco años, me sacó a bailar. A diferencia de lo que le sucede a la mayoría de las personas, yo ansío el momento en que alguien se acerca y me pregunta simpáticamente "¿bailamos?". No piensen necesariamente en una escena de película romántica, sino más bien en algo informal, para compartir un buen rato, en el que por efecto de la música uno simplemente sigue el ritmo con el cuerpo mientras improvisa caras que le dan vida a aquel instante. Podría pasar un largo rato bailando y viendo bailar, horas, y no aburrirme. No es que bailar sea lo mío, pero hay algo en eso que me recompone. La chica me llevaba al bailar, me hacía dar un giro tras otro, y los pies sólo tocaban la calle empedrada por algunos segundos antes de haber dado el siguiente paso. La Napolitana cantaba "Si estás cansado y con problemas, y con tu vida ya no sabes que hacer, tocate un blues, te vas a sentir bien" cuando nosotras bailábamos ya el tercer tema juntas. En eso, ella me dice su nombre, lo susurra en mi oído, pero yo no logro escucharla por el volumen de la música; "Abril"- repite, esta vez un tanto más alto y acercándose un poco más. "Zoe"- digo yo, y la comisura de mis labios se extiende levemente hacia los costados de mis mejillas, que hacían un esfuerzo por no enrojecerse. Me di cuenta que esa chica causaba algo en mí, era inquietante, pero en ese momento no le di mucha importancia. Decidimos tomar un trago, ambas optamos por un Fernet. Mi papá captando, quizá más que yo, lo que estaba sucediendo, se fue a recorrer el barrio para luego detenerse a ver a La 12, la murga de Boca, que se escuchaba sonar a lo lejos, como si de alguna manera compitiera con el rock de El Samovar. Ya estaba atardeciendo, con Abril presenciamos la puesta del sol. Miré mi celular para ver la hora, no lo había hecho desde que llegué allí. Eran las 19:17 horas, empezaba a hacerse tarde y le había dicho a mi mamá que regresaría para cenar con ella y mi hermano. Debía despedirme de Abril, aunque no quisiera. Antes de hacerlo, me atreví a decirle que esperaba verla el próximo domingo, y ella no dudó en afirmar que sería así. Nos dimos un beso en la mejilla tiernamente y luego me dirigí hacia donde se encontraba mi papá, apenas algunos metros hacia mi derecha. Mientras caminaba me volteé a verla una vez más; aparentemente ella me sostuvo la mirada desde que me marché. Sonreí y Abril me guiñó el ojo justo antes de darme vuelta para retomar mi camino. En eso pude contemplar su fascinante andar, tan abierto al desconocido mañana, su soltura y libertad, como si no existiera ninguna preocupación que la atormentara. Me fui pensando en ella, en aquel interesante garbo que parecía distinguirla.
La semana transcurrió normalmente cursando por las mañanas y trabajando por las tardes. Después de haber tenido un lunes ajetreado, el martes aproveché que anduve más tranquila para volver a tocar el piano. Me había mudado hace poco y todavía no había llevado muchas cosas al nuevo departamento. Es chico, pero muy cálido y, sobre todo, entra mucha luz durante el día. Tiene un balcón pequeño, pero con espacio suficiente para algunas plantas y una hamaca paraguaya. El piano, de pared, era de mi papá, me dijo que me lo regalaría al mudarme y así fue. Arriba de él puse tres discos de vinilo apoyados sobre la pared blanca; uno de Jimi Hendrix, otro de Sui Generis y, en el medio, uno de la gran Janis Joplin. Esa noche me senté en el taburete y me quedé tocando hasta alrededor de las 2 de la mañana que me fui a dormir. Estuve practicando composiciones que tenía en partituras viejas de cuando estudiaba piano. Al otro día, me quedé dormida para ir a la facultad, así que esa mañana de miércoles la destiné a tocar. Junto con las partituras encontré un libro sobre la teoría de la música. Comencé a leerlo mientras intentaba seguir las indicaciones de ejercicios que recomendaba el libro. Al mediodía salí para el trabajo. Soy bibliotecaria en una biblioteca pública comunitaria hace 3 años. El ambiente de las bibliotecas me resulta muy ameno y la gente que se acerca suele ser amable.
El jueves y viernes transcurrieron en lo que parecieron solo unas pocas horas. El sábado llovió, así que me quedé en casa mirando películas y comiendo pochoclos. Al anochecer, le dediqué un tiempo al estudio; hay una materia que me tiene totalmente perdida.
Llegado el domingo, fui nuevamente a El Samovar. Al llegar distinguí a Abril tocando la guitarra eléctrica mientras era aplaudida por un grupo de personas que la miraban detenidamente. Sentí que estaba sucediendo algo similar a mi experiencia con el guitarrista que me había dejado atónita dos domingos atrás. Me senté en un peldaño de la calle, a unos metros de la audición. Abril tocó dos temas más y se retiró complacida por los halagos recibidos. Al darse cuenta de mi presencia, se acercó para saludarme y nos quedamos hablando durante un rato. En eso le comenté que me gustaba su estilo. Su figura eléctrica resultaba seductora para los oídos y para mi vista, pero aquel pensamiento preferí reservarlo en mi cabeza. Gran parte de la conversación se centró en la música. Aproveché para decirle que tocaba el piano. Sorpresivamente, me propuso juntarnos a tocar y ver qué surgía, a lo que respondí "acepto la propuesta", aunque contesté primero con la mirada, por lo que las palabras sobraban. La tarde continuó con más rock. Permanecimos allí por un par de horas. Las dos habíamos ido solas, así que luego dimos una vuelta, para finalmente quedarnos frente al río un momento. Comenzaba a refrescar. Nos despedimos acordando vernos el martes en mi casa para hacer un poco de música.
Aquella noche de martes, en la que esperaba su llegada, me puse a ordenar mi casa después de haber vuelto del trabajo. Metí unas latas de cerveza en la heladera, prendí un sahumerio y puse el MTV Unplugged de Cerati a sonar en los parlantes. Abril llegó a eso de las 21 horas. Antes de ponernos a tocar, tomamos algo y compartimos una picada que había hecho un poco a las corridas. Nuestras conversaciones fluían agradablemente. Al rato, comenzamos a improvisar con los instrumentos con risas de por medio. Ella me mostraba lo que le gustaba tocar y luego proseguía yo. Por momentos nos superponíamos sumándonos a la melodía de la otra, lo que salía bastante bien. Después de un tiempo tocando, ella se atrevió a cantar; no dejaba de sorprenderme. Tenía una voz cautivante, dulce pero capaz de encender el fuego en el pasaje de una nota a otra. La miré con una suerte de asombro y aceptación. Ambas creíamos en la posibilidad de un dúo con un relativo potencial.
Los encuentros comenzaron a ser con mayor frecuencia, y cada vez lográbamos unirnos musicalmente mejor. Fuimos profundizando nuestro vínculo hasta que, eventualmente, empezamos a salir.
Hoy puedo decir que aquel domingo en El Samovar se transformó en un dúo arriba y abajo del escenario, en la vida misma. Actualmente, nos encontramos tocando en bares a menudo y participando algunos domingos de las tardes en el querido Samovar.
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